Caballos de Rejoneo
Lo que más Aprecio del Caballo es su Capacidad para Captar las Características de Cada Toro y, Sobre Todo, para Medir la Velocidad y la Distancia

Pablo Hermoso, el Número Uno

 

Entrevista © Ediciones PURA RAZA

Entrevista a Pablo Hermoso de Mendoza

Pablo Hermoso de Mendoza es alguien que se emociona cuando habla de sus caballos. Ha salido muchas veces por la puerta grande en la plaza de toros de las Ventas y congrega con frecuencia en sus instalaciones de Pamplona a periodistas y aficionados. Quieren ver y conocer a quien sin duda se ha convertido en el mundo del rejoneo en un auténtico "número uno". Durante dos horas hablamos sobre el caballo, sobre el toro... Escuchamos atentamente. Y sus palabras van llenando de contenido muchos de los cuadros que recientemente hemos visto en la exposición sobre "Picasso, Tradición y Vanguardia" del Centro de Arte Reina Sofía con el Museo del Prado de Madrid. Toros, caballos, autorretratos, testimonios… tauromaquias.

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—¿En el rejoneo, más que una raza, se busca un tipo de caballo en concreto?
—El Pura Sangre Lusitano es la base de nuestra ganadería, pero sólo unas líneas muy concretas que son las que nos sirven para el rejoneo. Buscamos la casta, el valor, la personalidad, la funcionalidad y, por último, la morfología. Por ello, aunque en un pequeño porcentaje, refrescamos con árabe, con inglés, con cuarto de milla, e incluso, como hemos hecho desde el año pasado, con unas yeguas hannoverianas de doma clásica. Todos buscamos un tipo de caballo, pero nosotros no lo hacemos exclusivamente dentro de la raza.
—¿Qué caballos consideras más importantes en el desarrollo de tu ganadería?
—Cagancho y Chiquelo han sido los caballos claves en mi vida. Pero, para la ganadería, ha sido más rotundo Gallo, que es hermano de Cagancho y que ha dejado una descendencia mucho más definida, sobre todo en la capacidad de torear. A distintos niveles, no he tenido que descartar a ninguno de sus hijos porque tuviera miedo o no tuviera la habilidad suficiente para torear, ninguno.
—¿Por dónde viene?
—Hijo de un Veiga, Nilo. Es el caballo que más estrellas nos ha dado: Gallo, Cagancho, Chiquelo, Albarracín, etc. Hemos tenido ocho caballos hijos de Nilo, y todos han sido estupendos.
—¿Y las yeguas?
—Tenemos unas hijas de Neptuno, que ha sido muy importante en décadas anteriores. También unas hijas de Opus, que fue otro caballo importante, de Álvaro Domecq. Luego, también hemos buscado hijas de algún caballo que hubiera hecho claramente dressage y, así, por ese lado, también proporcionar a la ganadería más funcionalidad.
—¿Cuál es un buen caballo para el rejoneo?
—El caballo que en principio tiene el valor. El valor suficiente para enfrentarse a un toro y hacerlo durante muchas tardes de su vida. Indudablemente, cada vez, cuanto más conocimiento va teniendo el caballo, más difícil es que supere ese miedo. Y aquí es donde reaparece el verdadero caballo de rejoneo. Después necesitamos que tenga un buen equilibrio, buena capacidad de trabajo, con un físico lo más atractivo posible, porque el rejoneo no deja de ser un espectáculo estético y tiene que entrar por los ojos. Y, después, el caballo estrella debe tener además un feeling, una personalidad, un algo que muchas veces no se sabe explicar, pero que cuando se presenta ante el público lo hace ser distinto al resto de los caballos. Necesita un alma especial... A veces es un caballo que en la cuadra no te parece que sea una gran belleza, pero cuando está frente al toro, ahí se crece, se expresa, y se hace hasta otro caballo.


—¿Qué es lo que más te puede gustar en un caballo?
—Sin duda, su capacidad para captar las características de cada toro y, sobre todo, para medir la velocidad y la distancia. Por mucha doma que demos, por mucho que intervengamos, como jinete siempre te encuentras con la situación en la que tienes que dar total libertad al caballo y dejarle hacer, y eso a pesar de que se trate de un toro de distinta velocidad, o de un toro que cambia el ritmo en el último momento. El caballo tiene que saber quitarse, y hacerlo lo justo y en el tiempo. O sea, una vez que hemos conseguido que se nos ponga el toro ahí, justo debajo de nosotros, cuando sentimos tanto miedo que crees que no vamos a ser capaces de aguantarlo, pues hay un instante en que el caballo especial se recrea, y mide ese momento con la inteligencia de quien sabe lo que se hace, y así hasta que crees que ya no va a haber tiempo para reaccionar y quitarse, y que puede venir una desgracia. Hay caballos así.
—Salvando las distancias, me recuerda un poco lo que se pide al caballo de salto. ¿Qué opina?
—Sí. Existe una similitud con el salto en ese sentido. Yo lo sé bien porque vengo precisamente del salto; aunque los enseñes, los buenos caballos saben tasar la distancia. Los jinetes sabemos que en una situación complicada quien únicamente puede resolver es el caballo. Y cuando hay caballos que resuelven, incluso tus propias equivocaciones, ahí es donde te sientes más vivo...
—¿Logras compaginar tus temporadas de cubrición con las de rejoneo?
—Las yeguas están durante todo el año en el campo. Se recogen cada dos días para hacer ecografías y para cubrir. Algo que como dices no es fácil de compaginar, porque los caballos están viajando mucho y toreando, y a veces te coincide el celo de alguna yegua con los desplazamientos de los caballos y así sueles perder un ciclo y tener que esperar al siguiente.
—¿No usáis semen congelado en la ganadería?
—Utilizamos mucho el semen fresco. Porque tenemos los sementales aquí y normalmente hasta agosto salimos a torear, pero casi nunca salimos más de dos días. Por ejemplo, ahora vamos a salir sábado y domingo, cubrimos el viernes en la noche. Si ovula, esta cubierta, y si no, normalmente suele durar hasta el lunes el semen vivo dentro de la yegua. Así nos vamos defendiendo. La que no se ha cubierto cuando llega agosto, sí que es un problema porque nos vamos el mes entero de viaje. Lo que hacemos entonces es cambiar alguna yegua para los caballos que se quedan aquí. Y luego lo que hacemos cuando coinciden bastantes yeguas es que sacamos semen, inseminamos y luego si sobra lo congelamos. Aparte congelamos también para asegurar el patrimonio genético para más adelante, y no sólo el de mi ganadería.
—¿No domas las yeguas?
—No... Para domarlas tendríamos que tener una infraestructura, y además pasar tres, cuatro años. Y es imposible... Entonces lo que hacemos es reabsorber las primeras yeguas que compramos en su día con los caballos que están toreados. Por ejemplo, las hijas de Chiquelo las guardo y vuelvo con otro caballo de los toreros. Estos años he ido dejando muchas potras y ha crecido la ganadería un poco. Hay unas cincuenta más o menos, y no quisiéramos pasar de aquí.
–¿Antes me comentabas que cruzabas con yeguas hannoverianas?...
—Sí... Fui hace unos años a Alemania. Compré seis yeguas de doma clásica y las cruzamos con nuestra ganadería. A veces, con el caballo torero, falta algo; cuando encuentras la casta, la raza para torear, pues te falta un poco de movimiento y entonces tienes que meterlo. Tradicionalmente se ha buscado lo que faltaba en el árabe, en el caballo inglés, y esto nosotros también lo hacemos, pero ahora hemos pensado que debe haber más funcionalidad.
—¿Cuándo traes los potros del campo?
—Los potros vienen del campo con dos años y medio, tres años, entran a la cuadra, y entonces empieza el trabajo muy suave. Se empieza con la cuerda, luego se sube un jinete, siempre muy suave... Y luego entre todos ellos siempre hay uno que despunta. Y ese suele ser el que aparto para trabajarlo personalmente. Y esto es quizás lo que más me llena.

—¿Cómo es el primer año de doma del potro de rejoneo?
—El primer año de un potro es prácticamente igual que pueda ser en doma clásica, vas con filete y vas haciendo todos los pasos. Intentamos que el caballo esté mecanizado en un nivel medio. Este momento llega cuando galopa bien, cambia de pie perfectamente, cuando puede hacer todo tipo de apoyos con corrección, y cuando está lo más simétrico posible. Esto es algo que me preocupa muchísimo, porque luego el toreo es muy asimétrico, pues siempre se torea por el mismo lado. Los desplazamientos más violentos siempre son de derecha a izquierda porque se clava siempre por la derecha. Entonces tu puedes ir de frente, pero, por los movimiento bruscos, el caballo se arquea más por el lado derecho, y esto hace que tengas que seguir durante toda la vida trabajando siempre la simetría para que no se queden torcidos. Y cuando ya está el caballo muy simétrico, cambia de pie y apoya bien, entonces le empiezas a enseñar la técnica. Suelo hacer una prueba antes para asegurar mi trabajo, para cubrirme, aunque el potro esté montado dos meses nada más. Lo empiezo a llevar a un toro manso para probar su valor y su intuición y su habilidad natural. Y entonces, si me gusta su actitud, le pongo también una vaca. La vaca ya en una fase que no corre mucho, y sin intervenir mucho en el potro, dejando que el potro se exprese, que muestre su valor, su habilidad, todo lo que tiene. Y así me aseguro un poquito de su condición natural. Si ahí me gusta, ya no vuelvo a torear vacas, ni le doy técnica hasta que está en la fase que te decía. Y a partir de ahí empiezo a darle técnica primero con un carretón que lo maneja una persona.


—¿A qué técnica te refieres?
—Técnica de torear... Cuando el caballo ya tiene la técnica de la doma, empiezo a enseñarle la técnica de torear, de aproximación al toro: que sea capaz de mantenerse muy recto caminando de frente al toro; después viene la lección de la distancia, ya que tiene que empezar a apartarse del toro y a coger la posición; es una posición estética, donde el caballo siempre debe mirar al peligro, asomarse mucho encima del toro. En definitiva, evadir el peligro... Hay que procurar que no haya equivocaciones, porque cuando las hay vas hacia atrás, y el caballo pierde confianza. Cuando lo de la vaca va bien, empiezas a torear otras para que coja experiencia, y después de torear las vacas necesarias ya lo presentas en público. Esos son los pasos a seguir. Indudablemente, de un caballo a otro el tiempo varía tremendamente. Hay caballos con mucha intuición que en un año, dos, están ya toreando, y hay otros que necesitan tres años y todavía les falta tiempo
—¿Qué ejercicios trabajas más?
—Trabajo igual que en doma clásica, la escala de formación. Simplemente, cuando ya estás en la fase final, en la técnica del toreo, intentas que los movimientos sean ligeros y atentos; una décima de segundo o un segundo puede ser fatal. El peligro hace que todo sea más vivo, más tenso. Los giros tienen que ser más rápidos, al igual que los desplazamientos laterales, y el caballo tiene que ser capaz de modificar su rectitud y su trayectoria con una rapidez tremenda. También están los drásticos desplazamientos del punto de equilibrio para parar y arrancar. Pero ya en una fase final, es como un caballo de Gran Premio.
—¿Qué crees tú que el caballo siente bajo ti ante el toro?
—Hay caballos que no son capaces de aguantar el galope totalmente rectos frente al toro, con una buena incurvación, con una buena rectitud y una buena cadencia, manteniéndola cuando van viendo que un toro de 600 kg viene a toda velocidad en esa misma dirección. Pero hay caballos que no lo aguantan... Hay otros que son capaces de aprender que cuanto más esperan en esa rectitud más fácil es esquivar al final al toro. Esos son los buenos, las estrellas, a los que además de su habilidad les entra en la cabeza que esperar es una ventaja. Cuando superan eso, tú sientes que es el caballo quien quiere esperar a cubrir el toro muy de cerca, para así no darle tiempo a cambiar su trayectoria y poder esquivarlo. Y entonces eres tú el que sufres más en la espera.
Pero hay un peligro, cuando estás empezando hay veces que el caballo espera, lo hace bien y como estamos frente a otro animal, el otro animal no obedece y te lleva por delante y entonces es muy difícil de explicarle al caballo que ha sido culpa del otro animal que no nos ha obedecido. Aunque el obstáculo no se mueva, el toro tiene su intuición y puede de repente darse cuenta de lo que vamos a hacer y cortarnos el camino, y a veces esto pasa también con un caballo totalmente preparado, bien porque sale un toro malo, que no obedece, o uno muy intuitivo que sabe lo que tú vas hacer.
—¿A qué te refieres con que no obedecer?
—No obedecer a tus movimientos... Tú, a lo mejor, quieres marcarle un toque hacia el lado derecho, para irte tú hacia el lado izquierdo, hacer un pequeño "drippling" y el toro se lo ha imaginado y se ha ido al otro lado sabiendo que vas a salir por ahí. Esto desmoraliza mucho al caballo y hay caballos a los que les cuesta meses volver a recuperar la moral y ahí también entra la sensibilidad del caballo. Hay caballos que aprenden también a ver cómo piensa el toro y rápidamente ven un toro listo y desarrollan un movimiento distinto. También ocurre que al día siguiente te toca un toro más noble, que obedece más y ves como el caballo se ha olvidado de lo que pasó el día anterior y se vuelve a relajar.
—¿Eres consciente de que en el mundo del rejoneo se habla de ti como un auténtico "numero uno", como un verdadero innovador?
—En absoluto... Te digo esto porque, ahora que hablo contigo, pienso que ésta puede haber sido la causa que me hace en un momento revolucionar el toreo a caballo: apostar por tener una mayor disponibilidad y libertad en el caballo, tener una mayor expresividad y conseguirla por medio de la libertad. Eso hace que, una vez que se cambian las reglas, unido a que en la plaza todo te salga bien, al final mucha gente cambie de mentalidad, y el cambio de unos pocos trae con el tiempo que todo cambié: las expresiones, los movimientos, todo. Hoy se puede hablar de que hay nuevas reglas y que van siendo respetadas por todos mis compañeros. Hoy ya se empiezan a poner bocados mucho más pequeños que hacen que el caballo pueda utilizar más su cuello, que tenga más libertad. Hoy ya se cambian las espuelas y, algo que era típico en el rejoneo, ver a los caballos sangrando de adelante hasta atrás y muchas veces a caballos que además eran blancos, es una imagen dantesca que se ve cada vez menos. Yo monto desde siempre con espuelas de contacto. Que es lo mismo que decir que llego al rejoneo desde la doma clásica. Y luego hay algo fundamental, yo nazco en el seno de Navarra, donde en aquella época el nivel de la equitación era tan bajo que no había gente que te pudiera influir y entonces yo tengo que crear mi propia personalidad ecuestre. Tengo que buscar dentro de los libros, de las videotecas y un poquito descubrir todo lo que era la doma clásica y un poquito qué se podía recuperar para el rejoneo. Y creo unas formas que son un algo mías, y eso hace también que yo sea diferente; si hubiese tenido un gran profesor, pues hubiese seguido unas reglas y unos pasos que él me hubiese marcado. Como no lo he tenido, he creado un mundo muy mío. Quizás esto es mi secreto del éxito.
—¿Pero por qué fuiste por el camino del rejoneo?
—La primera vez que vi una corrida de rejoneo, algo me enganchó... Yo empecé, como te decía, con el salto, luego me pasé a la doma clásica, y tras hacer durante muchos años doma, aunque no llegué a concursar nunca, el rejoneo se me apareció como de una mayor belleza. Siento que hay unas expresiones en el caballo, unos movimientos del caballo que están llenos de elegancia y belleza, pero una belleza creada por esa tensión del riesgo, por ese saber que te va la vida en ello. También me llama la atención, ver unos caballos que no eran de una gran belleza, pero que se transformaban en la plaza, con sus miradas, con su atención y con su manera de crecerse ante el peligro. Todo se impregna de tanta belleza que realmente cautiva a uno, queriendo que ese instante del caballo ante el toro no acabe nunca, y que se repita siempre.
—¿Se habla también en el rejoneo, como en la doma clásica, del ojo del caballo, de la mirada?
—Sí... En el caballo del toreo llama mucho la atención los ojos y también las orejas. El caballo pone los ojos con una atención tremenda, tiene que ser muy mirón, porque, el que tiene miedo, a menudo, intenta mirar en otra dirección, y evadirse de lo que le da miedo. Hay otros que, siendo miedosos, sí pueden mirar; son los que aguantan la mirada y están pendientes de ti, porque confían en el jinete.


—¿Es el rejoneo un arte?
—Es arte y deporte, porque también hay un alto grado de competitividad entre los rejoneadores. Pero yo lo veo más como un arte... Se trata de la capacidad de crear imágenes estéticas, de crear una danza, pero todo eso siempre con la adrenalina del peligro, del riesgo... Donde yo veo una gran diferencia es en el público de cuando yo saltaba a cuando yo toreo; éste es un público que paga dinero para ver espectáculo; es un publico aún más exigente, y quiere ver estética, pero también quiere ver riesgo. Te exige... En el salto un día te sale mal y te retiras y ya está; aquí no, tú tienes que acabar tu obra. Es una obra de arte que además no tiene posibilidad de retoque. La muerte del toro es el final, lo que no hayas hecho hasta entonces no puedes volver a hacerlo.
—¿Y ahí hay también algo del guerrero, no?
—Sí, totalmente... Yo a veces me paro a pensar en ello cuando veo películas antiguas. Pienso en la importancia que tenía el caballo en la guerra. Y en el sufrimiento; entraba en una batalla, resultaba herido, y el caballo seguía batallando con su jinete. Siempre siendo los dos uno y los dos jugándose la vida uno por el otro. Y en el rejoneo siento que muchas veces es lo mismo. Hay un férreo vínculo jinete-caballo. Y tú sabes que él está dando su vida por ti y tú también de alguna manera debes cuidar esa vida que se te está dando, y ahí se estrechan unos lazos afectivos, por lo menos en mi caso, muy fuertes... En medio de toda la estética, de todo el éxito, el caballo te está regalando la vida.
—¿Es el centauro y el toro la pareja de baile?
—Es una trinidad... El toro viene de la otra parte, va a ayudar a que hagas una gran obra, pero de alguna manera en esa danza de amor y riesgo, el amor siempre está más vinculado al caballo, el caballo pone el éxito grande. El toro, aunque pone mucho, también es el que pone el dolor, y en este sentido se trata de un amor con dolor.
—¿Y hay algo femenino-masculino en esto?
—No... yo no me atrevería a calificarlo así. Quizás ésa es la parte donde entra en juego el público. El publico te obliga indudablemente hacer cosas de tal riesgo que tú, en tu casa, no harías. El público es quien, al apasionarse con lo que haces, te contagia y crea un dialogo de ida y vuelta entre el interior y el exterior del ruedo, que hace que tú des ese paso de más, que asumas ese entusiasmo y, finalmente, el riesgo. Aquí sí puede haber algo de femenino-masculino: en el juego de la seducción donde el seductor termina siempre seducido.
—¿Como podrías explicar a un centroeuropeo, el porqué de matar al toro?
—Soy muy atípico en este aspecto... Quizás porque me he hecho en un mundo de sensibilidad hacia el caballo. En España la fiesta es una tradición que hemos vivido desde niños, y que la entendemos sin palabras. Explicarla es en cierta medida imposible. Puedo decir que el toro está viviendo una lucha que para él es muy dolorosa, pero no tanto como el toro en el campo, en su estatus de valor, de pelea, cuando pelea con otro toro; ahí la lucha también es a muerte, pero mucho más dolorosa; el otro toro le pega y cuando le gana lo expulsa de su territorio. Psicológicamente se ve derrotado y se ve sometido a la jerarquía de otro toro que ha podido más que él. En la plaza, el toro está constantemente pensando que gana la pelea, porque su enemigo el centauro constantemente huye de su terreno, y nunca lo somete, nunca puede con él; el toro siente que constantemente está ganando, y lo que el rejón hace es como si le picara una avispa. Cuando le llega la muerte es sin enterarse que está perdiendo. La muerte la puede sentir en el último momento como algo que le ha llegado sin esperarse, una espada que entra en un descuido. Pero él psicológicamente gana hasta el final.
Pero dicho esto te aclaro que yo sí estoy totalmente abierto a que en un futuro se evite la muerte en la plaza, ahí no me encasillo en el mundo tradicionalista exigiendo que tiene que morir el toro, pienso que lo mismo que ha evolucionado por ejemplo el caballo de pica, que ya va forrado con un peto para que no sufra, creo que hay que ir hacía una evolución en la que el toro no sangre a los ojos de la gente. Yo he hice hace unos años un espectáculo en California con la misma emoción y sin sangre en el toro. Al final el toro se fue a su casa, sin esa agresión. Yo estoy abierto a la no agresividad en el caballo, y también estoy abierto a la no agresividad en el toro.
—¿Crees que hay igualdad entre el centauro y el toro?
—La igualdad la tienes que buscar tú, basada en un código de honor. Cuanto más noble sea el toro, cuanto más débil sea el toro, más ventajas tienes que darle al toro y ponerte en una situación de más riesgo; por el contrario, cuanto más agresivo sea el toro, entonces tienes que usar tu inteligencia para darle al caballo más ventajas en sus posibles huidas. Ese código de honor, de respeto al caballo y al toro siempre es el que tu inteligencia debe valorar para que siempre esté bien equilibrado. Ahí es donde se basa un poco uno de los grandes secretos del toreo a caballo: si saco un caballo muy rápido, angloárabe, con un toro muy débil y nunca te acercas y te basas en la huida, es una lucha aventajada. Tienes que ir sopesando y compensando un poco todo, la velocidad del caballo con la del toro, el que tus ayudantes castiguen menos al toro con el capote para que el toro esté más pujante; cuando tú te pones de frente al toro, y más si el toro es débil, hay que dejar que él sea el primero en embestir, para que así tenga ventaja, que sea el primero en atacar, y que así venga a tu terreno...
—¿Ves la necesidad entonces de crear una escuela?
—Sí... Cuando monté mi finca, lo hice primero como un lugar para vivir, a la vez que un lugar de trabajo, pero poco a poco hay unas pistas, una infraestructura que se está haciendo pensando en un futuro, para cuando yo toree menos, y poder montar una escuela aquí, donde se tenga de todo. Están los potros que nacen aquí, están los toros que nacen aquí, para que los chavales tengan donde poder instruirse en esos años primeros tan difíciles. Esa es la idea.
—¿Cuál crees que es hoy la mayor barrera para un rejoneador?
—Sin duda, conseguir una cuadra, unos caballos funcionales. Antes había mucho preparador de caballos que no toreaba y entonces tu podías comprar caballos, por ejemplo de doma clásica, ahora el rejoneador tiene que aprender a preparar sus propios caballos porque el mercado de caballos ya puestos es casi imposible. Nadie vende sus estrellas, porque las estrellas son con las que uno puede abrirse camino en este mundo. Conseguir buenos caballos es hoy algo muy difícil.
—¿Es entonces tu ganadería la clave de que te mantengas arriba en el escalafón?
—Claro, sobre todo en estos últimos años de mi carrera. Gracias a mis propios productos puedo evitar estar todo el día viajando, intentando comprar potros en distintas ganaderías, buscando la suerte de que funcionen. Y luego también hay algo que en el rejoneo yo creo que se está empezando a valorar mucho y que tiene una gran importancia, al igual que lo tiene en la doma y en el salto y en cualquier disciplina: crear tu propio caballo. Para mí, crear un caballo tiene tanta importancia como presentarlo el día de la gran competición. Tiene más mérito haberlo creado que presentarlo. Hoy, yo tengo la gran suerte de poder disfrutar, desde criar el potro en estos momentos, hacer todo el trabajo de doma y técnica y después presentarlo y disfrutarlo en la plaza.
—¿Aparece de nuevo el artista?
—Yo me comparo con algo así como un pintor que crea sus propios cuadros y cuando los ha creado le apetece exponerlos; la meta es exponerlos en la plaza y que todo el mundo valore si la creación ha sido buena. Si yo compro el trabajo de otro y lo expongo ya no es lo mismo. Puedo exponerlo muy bien, desde luego, pero no es lo mismo... Otra razón por la que creé mi propia ganadería es porque no estoy de acuerdo con el mercado en general de los caballos, no sólo en el rejoneo sino en mayor o menor medida en todas las disciplinas ecuestres. En ese mercado, que a veces es doloroso, ves caballos ya veteranos, caballos viejos, que empiezan a estar cojos, o completamente cojos, que ya están inyectados y pasan de casa en casa, como pobres prostitutas que ya no pueden correr Gran Premio y siguen corriendo por otras plazas. Siguen viajando, pero ya con el dolor de estar inyectados... A mí, a menudo, me preguntan el porqué de que cambie tanto de caballos. Y la razón es ésta: porque no quiero que mis caballos se hagan viejos toreando.
—¿Y están las pistas de los ruedos pensadas para el caballo?
—No... Esa es otra cosa que es fatal y que a mí me ha preocupado muchísimo. Tú vas a un concurso hípico y hay una buena pista... Aquí, en casa, tenemos una pista con un piso olímpico, que además cuidamos al máximo. Pero luego en las plazas de toros esto no es así... Hay condiciones de plazas como las de Pamplona o Bilbao, que son durísimas y que no se puede hacer nada con ellas porque debajo hay piedra. Entonces, ahí también tienes que adaptarte también muchas veces, con los herrajes, con plantillas de cuero, con ortopedias para que amortigüen la dureza. Los pisos de las plazas son sin duda una de las partes más ingratas de esta tarea.


—¡Háblanos, por favor, de la confianza a caballo!
—La confianza del caballo hacía mí es lo que más cuido. Es como la confianza de un niño pequeño, que, si quieres ganártela, sabes que no debes fallarle nunca para que no la pierda. Con el caballo es lo mismo... Así que cuando tu mente se ha equivocado y se te ha pasado un detalle, y por culpa de ese detalle han herido a tu caballo, ya perdiste la confianza. Recuperarla otra vez es doloroso porque sientes que le has fallado y que no se lo puedes explicar. Recuperarla es la fase más complicada.
—¿Has tenido contacto con la doma natural, con los susurradores?
—El contacto que he tenido con ellos es que al final te descubren cosas que tu ya sabías e incluso hacías desde siempre, pero sin darte cuenta. Es gratificante descubrir en uno mismo lo innato, lo intuitivo de tratar con caballos. He visto muchos de ellos en México hacer cosas asombrosas, pero creo que en gran parte se debe a que el manejo es hoy mucho más natural.
—¿El PRE tiene corazón para el rejoneo?
—Corazón sí, pero para el rejoneo, entre el PRE y el PSL hay hoy grandes diferencias. Mientras que en Portugal, al ser el rejoneo una cultura nacional, se cría y se cubre con esos caballos que han sido estrellas en la plaza, en España el criterio de selección ha sido la belleza. Ahora, algunos ganaderos están intentando recuperar algunas de esas líneas toreras del PRE. Pero esta situación ha llevado a que todos los toreros estemos buscando nuestros caballos entre el caballo lusitano. Para mí, el caballo español se sale un poquito de tipo. Es más grande, con un cuello más pesado, nos olvidamos un poquito del motor y cuidamos la carrocería... El caballo lusitano es todo lo contrario, se selecciona pensando mucho en su motor, en su espíritu. Y a lo mejor la carrocería pasa a un segundo plan. Esa es la gran diferencia entre los dos.
—¿Ningún ganadero de PRE ha puesto caballos a tu disposición para el rejoneo?
—No, realmente es que no hay lugar para ello. Aunque hace unos años, el teniente coronel del deposito de sementales de Jerez, me ofreció la posibilidad de experimentar con los 70 – 80 potros que salen al año para conseguir algunas líneas toreras. Y esas líneas ponerlos al servicio de Cría Caballar. Me encantó el proyecto, pero no era el momento en el que yo pudiera hacerlo. Y es algo que aún tengo en mente. Quizá algún día...
—¿Cómo se llega a saber tanto de caballos?
—Todo lo que he podido aprender hasta ahora tiene un solo secreto: trabajo, trabajo y trabajo... Cuando eres capaz de montar todos los días ocho horas, va pasando la vida y las horas se van acumulando en un cuaderno muy amplio de conocimientos ecuestres. Y te da una experiencia. Sobre todo te da un conocimiento, de forma que cuando agarras un caballo nuevo, solamente con verlo ya sabes por dónde entrarle. Porque he tenido otro muy parecido, seguro...
—¿De qué caballos llegas a aprender más?
—Muchas veces te enseñan más los que no han llegado, que son los que han tenido un nivel más alto de dificultad. Esos con los que más te han enseñado. Y yo en eso, he sido muy tonto, muchas veces. Me he empeñado, he creído que el caballo más difícil, pues que era distinto a los otros, y que entonces me podría aportar algo más que los demás. Nunca he evitado la dificultad, todo lo contrario, siempre he buscado un nivel muy alto de dificultad en caballos con cruces raros, con un carácter muy difícil, muy agresivo, me he retado mucho, y además siempre ha sido el primero que monto en la mañana. Por la mañana ya bajo a la pista pensando en el caballo difícil... Ahora que estoy más maduro, busco un caballo para calentar primero. Un caballo más fácil con el que caliento un poco el cuerpo, porque mi espalda empieza a resentirse.
—¿Hay corridas en las que vas más relajado o siempre hay tensión y miedo?
—El caballo no sabe diferenciar entre unas corridas y otras. El caballo no diferencia las plazas. Pero tu sí le transmites a él tu nerviosismo. Por ejemplo, yo una semana antes de ir a Madrid, los caballos que llevan conmigo cinco años o diez años ya han vivido esa situación y empiezan a notar que les estoy exigiendo mucho, que los monto más de lo normal y saben que se avecina una exigencia muy fuerte. Y cuando llegan ese día a la corrida, sientes que están nerviosos... Y ese día salen a la plaza con nerviosismo porque ya ellos han aprendido por repeticiones que tú les vas a exigir más que en ninguna otra tarde. Con los años vas aprendiendo que esos entrenamientos deben de ser más suaves.
—¿El temor es constante?
—A la plaza siempre vas con miedo, sobre todo un miedo al imprevisto. En el toreo siempre hay imprevistos. Un toro que sale malísimo; uno que tira cornadas por todos los lados; un toro que de repente se ha astillado el pitón y sale con un pitón con astillas como navajas que cortan una barbaridad. Y ya no se puede arreglar y el piso, porque ha llovido, está resbaladizo... Y sabes que esto te deja a merced del toro, porque si galopas sobre ese suelo te vas a caer. Sí, siempre hay un imprevisto y cuando tienes años de profesión aprendes que puede pasar cualquier cosa... Una vida de tensión para ti y para los caballos. Luego viene la recompensa, cuando más difícil es el reto, cuando más tensión vives para esa corrida, cuando llega el éxito. Más lo disfrutas.
—¿Es tu vida?
—Sí, es mi vida... y además cada caballo que preparo sigue siendo un mundo. Crear otra obra más. Ahora ya más que los éxitos en la plaza, lo que me está satisfaciendo en esta fase de mi vida es preparar un nuevo caballo y además buscar, como te dije antes, dificultades para que sean caballos muy distintos a los que tengo. No busco un tipo de caballo muy parecido, sino caballos distintos.
—¿Cuántos caballos te llevas a cada corrida?
—Alrededor de la decena. Pero llevas caballos que no sabes si van a salir. Tienes diez caballos ahí afuera y no estás convencido si saldrá un caballo determinado en ese toro. Esperas y cuando el toro te va marcando sus pautas, vas decidiendo si sale un caballo u otro. Sientes que sales y es como un torneo medieval. Estás en plena lucha en la plaza, de repente se abre la puerta, sales y te encuentras nueve caballos frente a ti. Y en ese momento tienes que ser muy rápido y elegir. Este es el que va con el toro y también con el conjunto de la faena. Es distinto al caballo que ha salido antes que él, y va a hacer una suerte totalmente diferente y que le va a dar un giro a la faena. Y es otro momento muy emotivo también cuando tu apareces en el patio con el caballo y ves la mirada de los nueve clavada en ti. Te ven todos con una sensación de miedo, como diciendo "a ver si a mí no me toca."
—¿Y dices que no has tenido maestros?
—Ha habido dos toreros a los que he admirado y para mí eran auténticos ídolos y siguen siéndolo. Uno fue Manuel Vidrié, que en mis comienzos, cuando yo era jovencito, era el que más veía, por proximidad. Y luego Joao Moura, que me gusta y ha sido también un torero que cambió muchas reglas del rejoneo y que ha tenido una forma de manejarse con los toros fuera de serie. Han sido mis dos mitos.
Con Manuel Vidrié tuve la suerte que me dio mi alternativa, fue mi padrino. Y con Moura he tenido la gran suerte y la responsabilidad de que, además de ser un ídolo para mí, ha sido también mi gran competidor en toda mi vida profesional. Entonces, competir tarde tras tarde con alguien que has visto en tu principio como tu maestro, te da una doble satisfacción.
—¿Te queda algún triunfo?
—Sabes que por ejemplo hay gente que te pregunta "¿te queda alguna plaza donde no hayas triunfado?". Hoy ya no busco eso; lo que buscas es lo que cualquier jinete, en cualquier disciplina: el control máximo, dominar todos los secretos del caballo y del toro hasta un nivel máximo. Y esto nunca vas a conseguir: es inalcanzable...
—¿Qué papel tiene la música en el rejoneo?
—La música juega un papel importante. Cuando llegas a Sevilla y suena Nerva, con un silencio en la plaza, a lo mejor precedido de una emoción, una exclamación de todo el público, oyes hasta el silencio.
—¿Cómo se llevan tus caballos entre sí?
Cagancho y Gallo no se pueden ver. Cagancho nunca era agresivo con los suyos. Pero desde que dejó de torear, parece que ha asumido que es un semental, y eso que durante toda su vida cubrió. La verdad es que con el trabajo estaba más dócil. Ahora sale al campo y está todo el día corriendo, sin parar, así que sólo podemos soltarle una hora al día y luego vuelve al box. Y luego no le gusta cualquier vecino... Y Gallo lo odia a muerte. Pero, claro, yo para los comidas y los cuidados los quiero tener juntos. Y luego Cagancho en el box no te dice nada, ni su mirada, ni nada... A veces viene la gente a ver a la estrella y se quedan así diciendo: pensábamos que era más… Sin embargo, cuando lo ves en el campo o en la plaza, tiene una personalidad y una imagen increíblemente bonita, con una gran expresividad y porte. Luego, Chiquelo es un caballo muy bonito, con una mirada muy expresiva. Sin embargo, yo mismo digo cuando lo veo en la plaza que es un caballo que no mejora.
—¿Te gustaría que tu hijo se dedicara a lo mismo?
—Sí... aunque sé que voy a sufrir muchísimo. Pero me gustaría. Por lo menos que siguiera esta afición, esta forma de vida. Que hiciera rejoneo, doma, salto, lo que sea... El caballo ha sido y va a seguir siendo mi cómplice toda la vida.

Texto y Fotos: Katharina Braren

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