Es Muy Importante no Perder lo Bueno de las Viejas Tradiciones
La Cría en Libertad y la Recría de Potros de PRE
en ese Régimen de Libertad, Bajo el Prisma de la Rusticidad

La Cría en Libertad de Potras y Potros


Manejo © Ediciones PURA RAZA

Por Ramón Jiménez

Estas vivencias que voy a narrar las he observado en mi quehacer diario en el campo y, por supuesto, no tienen nada de imaginación ni fantasía, aunque, por su inverosimilitud, algunas lo parezcan.
El mayor porcentaje de partos en las yeguas suelen acontecer de noche, y si así no fuese, de lo primero que se protegen es de la presencia humana; por lo que pocas personas han visto parir yeguas en libertad; igualmente se protegen del viento y las lluvias entre matorrales y riscos y, por supuesto, de las alimañas, por su indefensión en esos momentos de dolor y esfuerzo, en los que están totalmente tendidas, ignorando todo lo que les rodea.
En los partos en libertad, si las yeguas están con un tratamiento preventivo de algunas de las enfermedades que provocan abortos, el porcentaje de éxitos suele ser muy alto. Los problemas se suelen tener, cuando en los lugares que buscan para parir se encuentra algún riachuelo; ya que en esos momentos de indefensión del potrito, en los que intenta mantenerse en pie, puede caer en alguno de ellos. Para no correr esos riesgos, se procurará tener las yeguas en avanzado estado de gestación en cerrados libres de grandes humedades y fangos.
Una vez que la yegua ha expulsado la cría, se levanta y como él queda en el suelo, se desprende de ambos el cordón umbilical; la madre comienza a lamerle todo su cuerpo masajeándole y estimulando su corazón, desprendiendo a la vez la membrana interna que le ha envuelto dentro del útero, de esta forma se impregna del olor que le va a distinguir de todos los demás. Es tan fuerte la unión de la yegua con el potrito por su olor, siendo igual al de la placenta fetal que terminará expulsando una vez concluido el parto; que si tuviésemos la mala suerte de tener en poca diferencia de tiempo otra yegua recién parida y esta se desgraciase en el parto (cosa que he vivido en más de una ocasión, no en mis yeguas pero si en ganado lanar y vacuno), si al huérfano le impregnásemos de ese mismo olor, envolviéndolo en la placenta desprendida de la primera yegua, esta le querría igual que al suyo y criaría a ambos a la vez.
Hay muchas más razones para concluir que el olfato es, en los primeros días del potro, el mayor lazo de unión entre madre e hijo. Bastaría meter en un lugar oscuro una yegua con un potro que no fuera suyo para comprobar que, no sólo no le daría de mamar, sino que además no tranquilizaría hasta que no tuviera el suyo a su alrededor.
Cuando el potrito logre mantenerse en pie, buscará las ubres para mamar los primeros calostros, con los que además de aumentar sus defensas, por contener anticuerpos maternales, le darán fuerzas para dar sus primeros respingos; y a partir de esos momentos, andará y trotará tras la madre para unirse a la piara.
Y los días posteriores en los que la cría no hace otra cosa que mamar y dormir, la madre saldrá en busca de alimentos a sus alrededores, pero si detectase la presencia de algo que pudiera hacerle daño se dirigiría a él, llamándole con un relincho que es su nuevo lazo de comunicación en la distancia y que sólo ambos distinguen; si no reaccionara al llegar junto a él, le manotearía su cuerpo con dulzura y suavidad para alejarse del posible peligro. Si en la piara se encontrara el semental, en algunas ocasiones, él también protegerá a ambos hasta comprobar que se defienden por si mismos o ya amainó el peligro.
Transcurridos nueve o diez días desde el parto, la yegua saldrá en celo dependiendo de su estado físico, de si su alimentación es buena y equilibrada y de las horas de sol (que son los principales factores que estimulan el celo). Dicha circunstancia el semental la irá detectando de manera progresiva hasta conseguir de la yegua una entrega y complicidad total, que sólo logrará cuando ésta, además de tener el celo en su plenitud, también tenga a su cría protegida de posibles golpes. Razón por la cual nadie habrá visto una cubrición en libertad de una yegua parida sin que su cría, en el momento del coito, no se encuentre bajo su cuello y cabeza, que es el lugar más seguro como demuestra la ilustración adjunta a estas líneas.
Otra curiosidad que no quiero pasar por alto es la desproporcionalidad con la que las crías nacen; entre otras cosas, la región fronto-nasal suele ser cóncava, esto asusta a algunos ganaderos por desconocer que se va a rectificar considerablemente con el transcurso del tiempo hasta llegar a ser convexa. Todos tienen el dorso corto y las extremidades largas, lo que llamamos lejos de tierra, y por estas dos últimas razones no hay ningún potrito que no meta los posteriores en su paso considerablemente (lástima que no todos lo hagan en su madurez…).
La mayor desproporción la tienen en el cuello, siendo este muy corto, lo que facilitará el acceso a las ubres y en la gran longitud de sus brazos; tanta es esta diferencia entre cuello y brazo que cuando comienza a comer sus primeras hierbas tendrá que adelantar uno de sus brazos y atrasar el opuesto en una magnitud mucho mayor que sus mayores. Con estas desproporciones que hemos comentado es muy difícil encontrar semejanza con sus progenitores hasta pasados uno o dos años.

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Terminamos en el número anterior describiendo la cría de los potros de PRE en el campo, diciendo que a los siete u ocho meses se van separando de las madres por varias razones; una de ellas, el buscar que ellos se junten con todos los de la camada y así poder jugar y pelear a la vez que los más poderosos se imponen; otra, debido a que las madres ya preñadas se les va retirando la leche y se las debe reservar para las próximas crías (mal síntoma será el que alguna siga dando mucha leche, ya que nos indicará que: o no está aún preñada o lo está de poco tiempo).
A consecuencia de esto último, los potros tienen que buscar una alimentación suplementaria a esta carencia paulatina de leche materna. En el transcurso de los días, las madres llegarán a no dar nada de leche, lo que debido a este proceso, no les causará grandes problemas, en este momento el destete natural concluye estando los potros adaptados a su nueva alimentación de una manera progresiva.
Si el año es abundante en hierbas y no disponemos de lugares para separarlos de las madres, quisiéramos ahorrar mano de obra o por alguna otra razón, hay comederos especiales que, colocándolos en pleno campo y debido a su estructura, permiten el acceso sólo de los potros a la comida suplementaria que les facilitemos, puesto que para que las madres no encuentren una ración de sostenimiento el año tiene que ser catastrófico. Esta es una de las diversas causas que nos motivan a incluir en nuestros parámetros de selección el concepto de rusticidad, criterio que las posibilitará salir adelante con más facilidad en estas condiciones adversas.
Algún que otro año hemos utilizado este sistema de destete en mi ganadería, por lo cómodo que es, pero como los años buenos brillan por su ausencia, el sistema más frecuente es el tradicional; separar los potros de la camada el mismo día, estabulándolos para, con una buena alimentación, compensar la falta de leche y con buena cama, agua y trato suave, hacerles también más llevadero es estrés producido por la falta de libertad.
Pasadas siete u ocho semanas vuelven al campo, y mientras recuperan su libertad comienza la fase más larga e importante de este proceso de recría. En ella podrán andar, trotar y galopar a su capricho e influirá en este proceso lo accidentado del terreno donde los situemos, con altos y bajos, distancias considerables entre comederos y abrevaderos para así favorecer su desarrollo óseo y muscular. Del mismo modo, las encinas además de protegerles de los hielos y lluvias les darán sombra en verano y alimentación con sus bellotas en parte del invierno.
Respecto a su agrupamiento, durante el primer año podrán convivir machos y hembras, pero transcurrido este período tendremos que apartarlos porque en primaveras abundantes hay hembras tan precoces que podrían salir en celo e incluso quedar preñadas. Esto provocaría una serie innumerable de problemas como retrasos en el desarrollo corporal de la precoz madre, problemas de partos motivados por su inmadurez, y en el mejor de los casos, tendríamos una cría que, además de pequeña, sería un P.R.E. de hecho, pero no de derecho, ya que ni la madre ni el padre habrían pasado todos los requisitos legales para ello, además de ni siquiera saber cuál sería su padre, puesto que la podrían haber cubierto cualquiera de los hermanos de camada. También es obvio que tampoco responderíamos a las mejores medidas de lucha contra la consanguinidad.
Una vez tengamos en cerrados separados los machos de las hembras, es conveniente procurar que los de los machos no se comuniquen con los de las hembras, para que puedan estar en el campo con todas las ventajas que esto tiene para su desarrollo no sólo físico, sino también psicológico, para que a los tres o cuatro años, siempre de manera individualizada y dependiendo de su grado de madurez, se recojan en boxes individualizados para comenzar el período de doma, su nueva vida.

Ramón Jiménez Díaz
Yeguada La Ciervina

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© Texto y Fotos: Ediciones PURA RAZA (Revista Pura Raza)


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